Nos encontramos en los últimos días numerosas noticias en la prensa que hablan de poblaciones de conejo de monte que han crecido notablemente y están causando graves daños, principalmente en la agricultura, pero también en infraestructuras como el AVE o las propias autovías que sufren el efecto de los incansables lagomorfos, que no roedores, que día tras día van excavando sus madrigueras y construyendo un verdadero laberinto de galerías interminables que los protegen de lluvia, viento, frío o calor.
Es difícil entender porque ocurren estas plagas en determinadas zonas mientras que en otras, muchas veces no muy lejanas, es prácticamente imposible ver un conejo y se llevan a cabo grandes esfuerzos e inversiones por recuperar sus poblaciones.
En realidad no existe un único factor mágico que provoque estas situaciones, incluso en algunos periódicos de cierto prestigio (y poco rigor...) se ha llegado a hablar de conejos australianos (extraterrestres que llegados de otros lugares que se multiplican ajenos a virus, zorros o cazadores) que causan estas plagas.
Los cazadores debemos ser los primeros en conocer esta situación, porque muchas veces afecta al propio coto, al que se le tratan de exigir responsabilidades y daños, y no caer en la tentación de explicar las cosas con retóricas confusas que dan mala imagen al colectivo y nos ayudan poco a abordar el problema.
Como digo, son muchas las causas que pueden intervenir en la aparición de estas situaciones que, por otro lado, eran las normales en la Península Ibérica hace unos cuantos años, aunque en épocas en las que el conejo se cazaba mucho más, no solo por los propios cazadores, pellejeros, alimañeros... sino también por numerosas especies de predadores que luego apuntaremos.

La solución no es fácil, porque cuando la plaga se instaura es capaz de generar importantes daños, sobre todo por consumo directo en la agricultura en poco tiempo, aunque lo normal es que el efecto de la densidad excesiva provoque de forma natural una autorregulación de la población cuando los recursos se vean limitados o por la aparición de un brote de enfermedad, pero esto puede tardar en suceder. Por ello, las únicas soluciones viables son a través de la participación de los propios cazadores, bien con escopeta, bien con hurón y red... facilitada por una gestión ágil de las administraciones y un esfuerzo por recuperar los equilibrios tróficos naturales a través del fomento de poblaciones de especies predadoras que no son la causa del declive de perdices o liebres y si tienen una especial importancia en el control de otros problemas como conejos o topillos.
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